Continuamos con entradas dedicadas a
explicar los principios de influencia descritos por Cialdini. Tras explicar el
principio de reciprocidad y el principio de coherencia, hoy dedicaremos la
entrada al principio de influencia que (incluso de forma inconsciente), más
empleo en el mostrador:
EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD
La
sociedad nos ha condicionado en gran medida para que obedezcamos a las figuras
de autoridad o liderazgo. Cuando
recibimos un mensaje de una autoridad legítima tendemos a darle crédito sin
discutir, por encima de otros aspectos de la realidad. Incluso, se han documentado accidentes de avión
en los que los copilotos eran incapaces de decirle al capitán que se estaba
equivocando, incluso cuando estaba en juego literalmente su vida.
Este principio es útil y
justificable, ya que al poseer una estructura jerárquica donde unos pocos se
encargan de organizar y enfocar correctamente a los demás (y no donde cada
individuo actúa independientemente), la Sociedad se vuelve más productiva y
eficiente. Permite el desarrollo de estructuras sofisticadas para la producción
de bienes y servicios, el comercio, el control social, la defensa, o el actuar
con eficacia frente a catástrofes o epidemias, Sin el principio de autoridad,
la Sociedad peligraría o se vería sumida en la anarquía. En consecuencia, la gran mayoría de las personas son
entrenadas desde la infancia para considerar la obediencia a la autoridad como
una conducta ideal, y a la desobediencia como incorrecta e incluso inmoral.
Los experimentos realizados por
Stanley Milgram en la universidad de Yale (1), demostraron que la gente seguía las instrucciones de un
hombre que era considerado un experto, y torturaban (aplicando descargas
eléctricas) a otro que estaba sufriendo las consecuencias del experimento. El
experimento mostró que tan ciegamente pueden actuar las personas, sólo para
complacer la norma moral de la obediencia a la autoridad. Continuaron con la
tortura incluso cuando ellos mismos exclamaban su oposición a continuar con el
experimento (incluso algunos llegaron a llorar por lo que estaban cometiendo),
y aún así prosiguieron. Lo que los llevó a actuar de forma tan despiadada
fue el profesor Milgram, quien los instaba a continuar a pesar del visible
sufrimiento de quien sufría las descargas.
Estamos más predispuestos a dejarnos influenciar
cuando somos interpelados por una autoridad. Esto no tiene que ver con la
coacción o con el poder, sino con el aura de credibilidad y estatus que la
autoridad supone.
La clave para utilizar la autoridad como arma de
persuasión e influencia está en lograr ser percibido como una autoridad (sin importar
la legitimidad de la misma).
Para ello se utilizan los símbolos que suelen
acompañar a la autoridad.
Los principales
símbolos de la autoridad son tres:
1.- Títulos y credenciales académicas
Títulos diplomas y honores son
formas efectivas de incrementar la autoridad percibida por las demás personas.
De entre los símbolos de autoridad,
los títulos son a la vez los más fáciles y los más difíciles de adquirir.
Difíciles, porque requieren años de trabajo y estudio para obtenerse; fáciles
porque basta con que alguien los asuma, incluso falsamente -como en un anuncio
televisivo-, para concitar un respeto casi automático.
De tal suerte, una táctica habitual
que utiliza el principio de autoridad es el testimonio de un “experto”:
Puesto que es
suficiente una apariencia de autoridad para que el público acepte el mensaje, se crean anuncios publicitarios donde un
médico recomienda un producto sanitario, un dentista una pasta de dientes o un
farmacéutico recomienda un tratamiento antipiojos…
Nos dejamos influenciar por las personas que
consideramos expertos o referentes en un tema concreto. Un experto en el tema
va a tener mejor criterio que otros. Por ello el vendedor debería ser un
experto en su campo de trabajo, y ser percibido por los clientes como una
autoridad en el campo especifico que cubra los productos/servicios que vende.
2.-
Indumentaria, vestir de traje, uniformes.
La
vestimenta es otra forma esencial de adquirir autoridad casi inmediatamente.
El uniforme característico de ciertas
profesiones (como la bata blanca de los médicos), desencadena respuestas
automáticas de acatamiento en personas que normalmente se cuestionarían si
tienen que hacer caso necesariamente a lo que se les indica.
El psicólogo social Leonard Bickman
puso a prueba la influencia que llega a tener la vestimenta en un sencillo
experimento (2). El procedimiento básico
consistía en hacer a los transeúntes peticiones: recoger un papel del suelo, o
colocarse al otro lado del indicador de una parada de autobús. Cuando el
solicitante llevaba un uniforme de guarda muchas más personas atendían a la
petición.
Alguien
vestido de traje y corbata, sobre todo si es azul marino, causa una impresión favorable inmediata
incluso entre desconocidos.
Lefkowitz, Blake y Mouton realizaron
otro experimento: un treintañero debía
cruzar la calle con un semáforo en rojo. Cuando el hombre vestía traje y
corbata, le seguían muchos más peatones (en la infracción), que cuando llevaba
camisa y pantalones de trabajo.
3.-
Bienes de lujo indicativos de alto estatus
Al igual que la vestimenta,
automóviles de lujo y joyas (que reflejan estatus y alta posición), actúa
de la misma manera.
Una interesante investigación (Dobb y
Cross) mostró que los conductores esperan
bastante más tiempo a usar el claxon ante un automóvil detenido en un semáforo
en verde cuando era un vehículo de alta gama que si era uno normal (4).
En
la farmacia empleamos los símbolos
de autoridad: atendemos vistiendo un uniforme que denota autoridad (bata
blanca), y con una placa que indica que poseemos un título (farmacéutico) que
nos califica como experto en medicamentos.
Finalmente, a la hora de aplicar el
principio de autoridad, no se debe
soslayar el lenguaje corporal: Tomar
una postura de autoridad y superioridad
(por ejemplo: frente en alto, hombros hacia atrás, estómago hacia adentro, y
una mirada asertiva) puede incrementar significativamente
la capacidad de influencia.
NOTAS:
(1).- Milgram, S. (1963). Behavioral Study of obedience. The Journal of Abnormal and
Social Psychology, 67(4): 371-378.
El
experimento de Milgram exclamaba que buscaba medir la relación entre la memoria
y el dolor: un individuo encerrado en una habitación tendría que memorizar
cierta información y recitarla, y por cada vez que se equivocara, se le
aplicarían descargas eléctricas, cuyo voltaje aumentaría progresivamente con
cada error, comenzando por los 10 voltios hasta los 450. Un actor sería el que
ocuparía ese papel (y obviamente, no se le aplicaría tortura de ningún tipo).
Luego estaría el individuo estudiado (que claramente no sabía que en realidad
las descargas eléctricas serían ficticias) que controlaría que lo recitado por
el actor fuera correcto, y lo electrocutaría en caso de que se equivoque. Por
último el profesor Milgram estaría junto al individuo estudiado, controlando el
experimento, y guiando el aumento de voltaje aplicado al actor.
En
una primera etapa el actor exclamaría que golpes de electricidad eran leves;
luego se quejaría del dolor pero sin presentar excesiva molestia; en una
tercera etapa confesaría que el dolor era intolerable; en una cuarta etapa el
actor gritaría por cada shock ocasionado; luego en la anteúltima etapa el actor
tendría convulsiones ocasionadas por la electricidad, gritaría histéricamente
exclamando que se negaría a continuar respondiendo, a menudo pateando la silla
donde se encontraba sentado, intentando inútilmente deshacerse de los cable que
le ocasionaban el dolor; y por último, la electricidad sería tan fuerte que
paralizaría al actor, quien dejaría de responder y moverse (vegetativo).
El
profesor Milgram buscaría que el individuo estudiado llegue al final y aplique
los 450 voltios (una cantidad excesiva que en la vida real podría ocasionar
daños fisiológicos irreparables). Antes del experimento se entrevistaron a
varios psicólogos para dar su opinión respecto a cuáles serían los resultados,
y la mayoría expreso que menos del 2% de los sujetos examinados se atreverían a
descargar los 450 voltios (y que serían casos excepcionales de sadismo).
Los
resultados fueron contra-intuitivos: Los sujetos estudiados que actuaron en
contra de su sentido moral, no se detuvieron hasta llegar a los 300 voltios, y
aún así, fueron muy pocos los que se detuvieron. De los cuarenta individuos
estudiados el 85% llego a aplicar los 450 voltios, incluso cuando ellos mismos
exclamaban su oposición a continuar con el experimento. Lo que los llevó a
actuar de forma tan despiadada fue el profesor Milgram, quien los instaba a
continuar a pesar del visible sufrimiento del hombre que recibía las descargas.
El
profesor Milgram concluyó que estos resultados no se debían a que los
individuos estudiados eran sádicos insensibles (ya que los sujetos de estudio
representaban a una gran variedad de contextos sociales económica, educacional,
religiosa y racialmente). Esto por otro lado, se debía al condicionamiento tan
intenso que sufren las personas de obedecer a la autoridad, que fue lo que las
llevó a comportarse en contra de lo que claramente hubieran hecho si no hubiese
sido por la presencia del profesor (figura de autoridad). Algunas de las
personas estudiadas llegaron a llorar por lo que estaban cometiendo, y aún así,
continuaron hasta los 450 voltios.
Este experimento nos muestra que tan
ciegamente pueden actuar las personas solo para complacer la norma moral de la
obediencia a la autoridad. Es por esta razón que se debe tener extremo
escepticismo frente a las figuras de autoridad de cualquier tipo, ya que tienen
más poder sobre el comportamiento de las personas de lo que muchas de ellas
pueden creer. Es posible dibujar paralelos entre los individuos que formaron
parte del experimento del profesor Milgram, y la población alemana de luteranos
y católicos, que apoyo a su líder nazi, aún cuando sus valores religiosos y
morales estaban visiblemente en contra de las atrocidades que el nazismo
predicó y llevó al cabo.
(2).- Bickman L. The Social Power of a Uniform. Journal of Applied Social Psychology, 1974. 4(4): 47-6.
(3).- Lefkowitz M. Blake RR. Mouton JS. Status factors in pedestrian violation of traffic signals. Journal Abnorm Psychol. 1955. Nov, 51 (3): 704-6.
(4).- Robert Cialdini. Influencia. Ciencia y práctica. Ed: JM Sastre. Barcelona 1990.
(2).- Bickman L. The Social Power of a Uniform. Journal of Applied Social Psychology, 1974. 4(4): 47-6.
(3).- Lefkowitz M. Blake RR. Mouton JS. Status factors in pedestrian violation of traffic signals. Journal Abnorm Psychol. 1955. Nov, 51 (3): 704-6.
(4).- Robert Cialdini. Influencia. Ciencia y práctica. Ed: JM Sastre. Barcelona 1990.
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